Laura Rodig

La Escuela de Bellas Artes como espacio de profesionalización de las artes chilenas permitió el posicionamiento y la configuración de nuevas identidades de género, las que se percibían hermanadas con el acceso a un saber cultural. Si bien las artistas mujeres pudieron formarse en dicha instancia y participar del circuito artístico, que se encontraba fortalecido después de la celebración del centenario del país y de la construcción de un edificio centralizador para las artes
plásticas, resulta vital reconocer que dicha participación no acaecía en condiciones igualitarias a la formación masculina. En el retrato de Laura Rodig podemos percibir una estrategia de inserción y apropiación del espacio público cultural, donde ambas artistas (creadora y retratada) se acompañan
en un ejercicio de sororidad, auto-legitimación y visibilización. Con este gesto no solo rehúyen de los géneros pictóricos que estaban asignados a la mujer sino también abandonan un lugar común en la historia del arte donde las figuras masculinas, empoderadas, significan y sitúan el cuerpo femenino, designando, a través de sus pinceladas, la concepción de belleza.

En este caso, el ejercicio político de ceñir la representación a un entorno intimista de comunicación y aceptación exclusivamente entre mujeres, posiciona y fortalece el discurso que ambas autoras desempeñarán incluso en otros espacios de enseñanza, con lo que vendrían, además, a revelar una complejidad del género asociada a su predominio como figuras activas en el entramado social,
reconociendo que poseen un espacio psíquico y simbólico diferente. Dicha complejidad puede verse patentada en palabras de la propia artista, quien señala para 1926 que: "La pintura constituye para mí la mayor preocupación -que comparto naturalmente- con mi vida de hogar" (Tapia Caballero, 1926) aquí es posible ver cómo dicha 'naturalidad' de roles sociales está siendo problematizada y jerarquizada desde nuevos enfoques.

Apegándonos a la producción pictórica, notamos en la representación de Laura, adolescente de catorce años, un deseo expansivo desde su juventud, en cuya frontalidad y entereza se predice un campo de acción que abandona drásticamente el espacio doméstico, el rol hegemónico de la maternidad, el deber contemplativo o sensual de la mujer e, incluso, las únicas relaciones amorosas permitidas por la sociedad. La escultora representada con un vestuario sobrio e insignificante, con cuello alto y levemente peinada con un moño negro, nos permite una lectura que deshace la construcción del erotismo en la mujer. Laura aparece sincera, sin excesos y sin estereotipos, capturada desde su mirada, la que siendo sutilmente cabizbaja, es reveladora de una intensidad, una apropiación y una fortaleza que, años más tarde, se verán diseminados en su rol pedagógico y en su activismo político, ya sea desde la militancia del Partido Comunista o desde el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH).